sábado, 27 de febrero de 2010

HOMILÍA PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

En la primera Lectura, Moisés le enseña al Pueblo a ser agradecidos con Dios. Si prestamos atención vamos a ver que hay muchos elementos comunes con nuestra liturgia actual:
. La ofrenda presentada ante el sacerdote. Es el esfuerzo del trabajo, las primicias de nuestras realizaciones. Un modo de devolverle a Dios lo que Él nos ha dado primero a nosotros.
. La oración de memorial. Hace presente la historia de la salvación con el reconocimiento que Dios ha liberado a su Pueblo de la esclavitud. Este memorial recitado al modo de un Credo o símbolo de fe, no sólo recuerda el pasado sino que lo hace presente. Dios sigue siendo el Dios que libera y cura, el Dios de la Alianza.
. La adoración. El encuentro con Dios tiene que ser un encuentro de adoración, donde la criatura se reconoce pobre, indigente, necesitada y reconoce en Dios al único Señor capaz de liberarla. Adorar a Dios es reconocer que Él es Dios y que no hay ninguno más. Es reconocer nuestra propia miseria. Nada le añade nuestra adoración a Dios, pero sí a nosotros porque nos hace participar de su gloria. Como nos enseña san Ireneo “ Del mismo modo, el servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que lo siguen y sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirlo y servirlo, sin recibir de ellos beneficio alguno, ya que es en sí mismo rico, perfecto, sin que nada le falte. La razón, pues, por la que Dios desea que los hombres lo sirvan es su bondad y misericordia, por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su servicio, pues, si Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de la comunión con Dios.
En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios” No adorar es creerse dios.

En la segunda Lectura San Pablo nos enseña el camino de la salvación que pasa por creer y dar testimonio de Jesús. No basta con solo creer, sino que es necesario dar testimonio. Lo que la Iglesia llama discípulo misionero de Jesucristo. Es por tanto necesario creer con el corazón y anunciar con los labios que Él es el Señor que ha resucitado de entre los muertos.
No alcanza con sólo decir “Señor, Señor”, si esa fe no va acompañada de obras. Tampoco las obras por sí mismas nos salvarán si no son manifestación de nuestra fe.
A vivir esta fe estamos llamados todos, ya no hay diferencia, dice San Pablo entre judíos y no judíos.

Hasta aquí vemos un rasgo común y esencial a la fe judeo cristiana. Es una fe comunitaria, que tiene como origen y fin al Dios Creador y Liberador. Que diviniza las realidades humanas elevando nuestro trabajo hacia el Cielo y que reconoce a Dios como el único Dios y objeto de nuestra adoración.

Hay personas que dicen “yo creo en Dios a mi manera” o “yo creo en Dios pero no en la Iglesia” o “yo rezo a mi manera”. Este pecado es fruto del relativismo en el que hemos caído, todo da igual. Es el cambalache del que ya nos habló Discépolo. El relativismo, tan denunciado por el Papa, es la ideología que nos hace creer que todo está bien si nos hace sentir bien. Eso conduce al subjetivismo. Ya no hay normas comunes fundadas en la ley natural sino que cada uno hace lo que “siente” lo que cree mejor sin escuchar la voz de Dios ni la voz de los hermanos. Se han creado teologías y doctrinas personales para justificar la falta de fe y de compromiso serio con Dios. Este camino, que lamentablemente muchos han elegido para sí y para sus hijos, conduce necesariamente a la esclavitud y a la muerte. Este subjetivismo lleva al egoísmo y la manifestación más clara es decir “Dios me salvará a mí a mi manera”. ¡Qué tristeza produce el ver a tantos padres, o responsables de otros, que se ocupan sólo de su salvación y no invitan u obligan a sus hijos a adorar a Dios como Él desea ser adorado! Siempre pienso en aquellas palabras de Jesús: “el que come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la Vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. ¿Qué fe tienen esos padres que no se afanan porque sus hijos se alimenten de este Pan y este Vino?

En el Evangelio Lucas nos relata las tentaciones de Jesús en el desierto.
La tentación es algo que puede venir de nuestro interior, en donde dice Jesús nace el pecado y la maldad. Así es el egoísmo, la envidia, los pensamientos y deseos impuros, los adulterios, la maldad, la infidelidad, la deslealtad. Pero puede provenir también desde el exterior, como es en el caso de las tentaciones que debió padecer Jesús.
Así de dentro y de fuera buscan separarnos de Dios, de sus proyectos, de sus caminos. Es como cuando alguien que se dice nuestro amigo nos habla mal de otro para que nos separemos. Pero hay una voz más fuerte, más firme, que puede vencer esas otras voces si disponemos el corazón para escucharla. Hace falta tener un oído muy fino, un silencio atento, un corazón dócil.

Siguiendo el mensaje cuaresmal que iniciamos el miércoles de Ceniza podríamos decir que Jesús, que es la Belleza, se enfrenta al demonio, que es la fealdad personificada. El demonio quiere apartarlo de Dios y lo prueba poniendo en tela de juicio la filiación divina de Jesús “si eres el Hijo de Dios…”. Quiere que Jesús renuncie a la Belleza por un poco de pan. Así sucede con los que se han olvidado de Dios por tener algo más. Se han dejado seducir por el demonio que les ofrece bienes materiales. Son los que dicen “yo creo en Dios pero tengo que trabajar. No puedo ir a Misa porque estas obligaciones me lo impiden” Estas personas se han dejado seducir por el demonio. Cuando hay algo o alguien que sea más importante que Dios, tengan por seguro que han caído en las garras del demonio.
En al segunda tentación el demonio quiere que Jesús lo adore a cambio de todos los reinos que se ven desde la altura. ¡Cuántas veces el poder pierde a las personas! El poder debe ser servicio, no opresión. Estamos acostumbrados a un poder egoísta que sólo busca su propio bien. Eso es demoníaco, sea quien sea el que lo ejerza. El Papa nos habla de la Justicia de Dios que es Jesucristo, Él es la justicia de Dios para nosotros, Él ha pagado el precio de nuestro rescate. Cuando el poder se corrompe nos aleja de la justicia divina. Cuando somos corruptos en nuestras relaciones comerciales, en nuestro trabajo, con nuestros compañeros o empleados, nos hemos dejado seducir por el demonio y hemos caído en su trampa.
La última tentación es quizás la peor de todas porque como dice Jesús “no tentarás al Señor tu Dios”. A veces tentamos a Dios poniéndonos al límite de la insolencia. Así obran quienes dicen “hago lo que quiero total Dios me va a perdonar” y no reconocen nunca su pecado. Es la tentación en la que han caído quienes se han hecho normas propias y no quieren obedecer a Dios y a la Iglesia.

Hermanos, Jesús nos muestra que hay dos caminos. Para seguir el suyo contamos con su gracia que nos da en la Palabra y los Sacramentos. “Tú eres mi Dios y en Ti confío”. Ese es el único camino que nos conduce a la Belleza, al Bien y a la Verdad. El otro camino nos lleva a la esclavitud, al encierro en nosotros mismos y a la muerte eterna. Cada uno sabrá cuál elige.
El que tenga oídos para oír que oiga.

Amén.

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